El reto de vivir tres días sin plástico - Revista Galeria en Montevideo Portal

2022-06-24 17:31:43 By : Ms. jing shang

Revista Galeria - Montevideo Portal

Tres días sin consumir plástico. La idea suena divertida. Agarro un papel para tomar algunos apuntes. Sobre el escritorio de la oficina hay una lapicera y un lápiz: plástico versus madera. Tomo el lápiz. Siento que empecé con el pie derecho. 

Día de problemas. Aunque la idea sigue pareciendo entretenida, en los primeros instantes de llevarla a la práctica aparecen otros adjetivos mucho menos benévolos para definirla. Tengo rinitis alérgica, por lo que los pañuelos descartables —como para tantos— son un artículo de primera necesidad. Atino a agarrar los que siempre están en el bolsillo de la campera, empaquetados en ese material que no puedo tocar. Me detengo. Pienso que los compré antes de entrar en este “baile”, entonces podría usarlos. Pero la consigna es clara: tres días sin consumir plástico de un solo uso; es decir, todos aquellos destinados a ser descartados inmediatamente después de cumplir con su “función”. Algunos, en apenas segundos. Aparece un compañero, le cuento sobre el percance del pañuelo, el primero de lo que ya me animo a presagiar como una peripecia. “Con las manos”, bromea y aclara sobre la poca viabilidad de su sugerencia. 

No llevo pañuelos de tela. Voy por el papel higiénico del baño, que a la vez viene junto a otros rollos envasados en nylon. Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero el pie izquierdo ya entró en la cancha. 

El desafío coincide —a propósito— con la cercanía al Día Mundial del Medio Ambiente, celebrado el 5 de junio desde 1977, fecha establecida por la Organización de las Naciones Unidas. Y parte de una certeza: el verdaderamente desafiado, en realidad, es el planeta. El mundo está produciendo mucho más plástico del que puede soportar: 380 millones de toneladas anuales destinadas solo para consumo humano, una cifra que se duplicó respecto al año 2000, y ni hablar si se retrocede más en el tiempo (en los años 50, por ejemplo, el mundo producía solo 2 millones de toneladas de plástico por año). Y una media de ocho millones de toneladas de plástico se vierten cada año en los océanos, lo que equivale a vaciar un camión de basura repleto de plástico por minuto. A esto se le suma que el plástico vive mucho más que el ser humano que lo consume y tira a la basura: una botella tarda hasta 500 años en degradarse, mientras que otros productos pueden desintegrarse a los 1.000 años. 

La producción de este material derivado del petróleo, además, contribuye al calentamiento global del planeta: por cada kilo de plástico que se fabrica, se emiten unos 3,5 kilos de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, según el informe publicado en 2019 por el Center for International Environmental Law (Centro de Derecho Ambiental Internacional). Con esa producción es imposible que el aumento de temperatura del planeta se mantenga por debajo de los 2 ºC. 

Con o sin conocimiento de los porqués, en el fondo prácticamente todos lo sabemos: la contaminación por residuos plásticos es uno de los problemas medioambientales más preocupantes de estos tiempos. Su producción y uso, entonces, debe limitarse de forma urgente, y la correcta gestión del que está circulando es imprescindible. 

Llega la hora del almuerzo, no traje comida pronta. Pedir por la app de delivery parece demasiado arriesgado. ¿Quién le haría caso a una clienta que con total impunidad detrás de una app pide que le traigan el pedido completamente libre de plástico?

En la rotisería de la zona hay una fila larga. Sobre el mostrador, las decenas de bandejas de espuma plast de comida (tartas, pasteles, milanesas) envueltas en papel film parecen mirarme como gatos endemoniados, mientras las empleadas agarran la comida que se exhibe al descubierto y repiten como por inercia el mismo procedimiento una y otra vez: bandeja de espuma, nylon, papel, entrega. Es mi turno: antes de pedir pregunto sobre la posibilidad de que me den la comida envuelta solo en papel. “Depende”, responde la empleada. Ante mi insistencia, procede a cumplir con lo que noto que percibe como un capricho. Misión almuerzo cumplida.  

Foto: Lucía Durán

Al llegar a casa me encuentro con una pista de obstáculos. Todo, o la grandísima mayoría de lo que consumo a diario, está más o menos atravesado por el material prohibido. Y buena parte de todo eso está pronto para ser usado y descartado; por fortuna, hace más de un año —gracias a la amiga con la que convivo— adopté la costumbre de separar los residuos. Aunque, claro está, ese es solo uno de los últimos eslabones de una cadena problemática que empieza mucho antes. Porque todo ese plástico que se separa en la bolsa de reciclaje podría, en realidad, ser evitado. 

Para este desafío de tres días sin plástico se apuntó al de un solo uso por una simple razón: según datos de la Dirección Ejecutiva del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, representa más de 40% de todos los residuos plásticos a nivel mundial. Y de todos los plásticos perdidos en el océano, los de un solo uso representan 80%. 

Mariana Robano es ingeniera civil especializada en medio ambiente, consultora en temas ambientales para organizaciones nacionales (como Dinama e intendencias) e internacionales (BID, Banco Mundial, entre otros) y directora técnica de ReAcción Latam, agencia consultora en sustentabilidad. Subraya que reducir el consumo de plástico a cero de un día para el otro resulta una misión prácticamente imposible; no me siento, entonces, tan perdedora. La especialista hasta quiebra una lanza por este material —al que ya siento como enemigo— cuando lo describe como “noble”. Y sí, el plástico al fin y al cabo no es el mal ni el verdadero culpable. “Creo que lo que tenemos que cambiar como personas es el relacionamiento con el plástico, un material noble que sirve para determinados usos y hoy no hay alternativas tecnológicas, como, por ejemplo, en un auto, en un electrónico. Hay plásticos presentes que hoy son el mejor material para dar solución”, explica. El problema no empezó con el uso, sino con el abuso. “Lo que nos pasa es que llegamos al extremo de consumirlo en todo y de forma muy abusiva”.

¿Cómo reducir, entonces, su consumo sin morir en el intento? El primer paso es ordenar. No todos los plásticos de un solo uso podrán ser eliminados con la misma facilidad. Para eso, una buena forma de tener un primer panorama de la situación es dividir los plásticos en tres: los de uso y descarte diario (como los asociados a los alimentos), los de descarte intermedio (como cosméticos y productos de limpieza e higiene personal) y los de largo plazo (por ejemplo, los auriculares, una prenda de ropa o calzado, un celular, un auto, los neumáticos). Los de los dos primeros grupos son los “más fácilmente” evitables.

“Quien no ve el problema, tampoco ve la solución”, opina Robano. Por tanto, qué mejor forma de encontrar soluciones que someterse a este gigantesco reto de tres días. 

A la hora de la merienda, en la alacena hay un paquete de galletitas comprado el día anterior, pan de molde, galletas de arroz, malteadas. La mermelada, el dulce de leche. Todo es ahora intocable. Una “solución” rápida para este primer día es comprar bizcochos en la panadería. Todo sea para no sucumbir a la tentación del plástico. Con algo de planificación y un poco más de conocimiento sobre el mercado de no plástico, los restantes dos días serán de decisiones más saludables e inteligentes, pienso. 

Es de noche y me percato de que tocar el aceite de girasol que preciso para cocinar, que luce tan campante llenando la botella plástica, sería el mayor de los tropiezos del día uno. Faltan 20 minutos para que cierre el supermercado. Pienso en el aceite de oliva que hace unas semanas tenía en botella de vidrio, pero justo no está cuando más lo preciso. Es tarde, entonces agarro la botella, uso una gotita de aceite y me dejo ganar, una vez más. 

La pasta de dientes, el cepillo, el shampoo, el acondicionador. Puro plástico. Conclusión del día uno: estoy rodeada. Recuerdo a una profesora de matemáticas del liceo que siempre decía: “Primero hay que ver qué tengo, para después ver qué hago”. Ya creo ser plenamente consciente del problema. Mañana veré qué hago con él.

Misión tupper. Preparada para intentarlo al máximo —y para fallar— salgo a la calle con una ecobolsa cargada de tuppers y un par de botellas de vidrio. Trato en primer lugar de no alterar la rutina y entro al supermercado. En la verdulería que está apenas pasando la puerta varias personas sacan bolsitas de nylon, meten un par de morrones, los pesan. Sacan otra bolsa, la usan para unas pocas cebollas. Y así sucesivamente. Hasta ayer era una de estas personas. Nunca fui, no obstante, como el señor que acaba de agarrar una bandeja de manzanas en espuma plast y film. Aquello ya parece un extremo más difícil de alcanzar. Hoy agarro unas pocas verduras (espero a comprar mayor cantidad mañana, en la feria), las pongo en la balanza por separado y pego directamente la etiqueta con el código de barras sobre ellas, sin bolsas. Entiendo que si tuviera que comprar más verduras, evitar alguna bolsa plástica sería mucho más difícil. 

En el resto del supermercado no encuentro mucho que hacer. Todo lo que necesito está envasado en plástico. Compro harina —que viene envuelta en papel— y enfilo hacia la fiambrería con tres tuppers. Por suerte es de mañana y soy la única clienta, lo que disminuye el grado de pudor por la situación. Me atiende un hombre y antes de pedirle el jamón, el queso y la lionesa le pregunto si tras pesarlos podría simplemente ponerlos en mis envases en lugar de envolverlos en un nylon y encerrarlos en otra bolsa de polietileno. Me devuelve una expresión algo perturbada. “Ehhh, no. No”, dice en primer lugar. Le comento que solo habría que pesarlos para luego pegar la etiqueta en el tupper. “Esperá un segundo”, dice y entra a hablar con otra empleada. “Ya han venido con tuppers, se puede, sí. Pesalo y que después lo guarde”, dice la señora. Levanta la voz y agrega, mirándome: “Si la muchacha quiere eliminar el plástico del planeta está perfecto”. Creí que había ganado esa partida hasta que el trabajador colocó el fiambre sobre un nylon en la balanza y luego lo trasladó al tupper. No se me había ocurrido que ponerlo sobre la balanza a secas, sin ninguna barrera protectora, implicaría cruzar los límites de la seguridad bromatológica. De todas formas, lo tomo como otra misión cumplida. El mismo procedimiento perfectamente podría llevarse a cabo en la carnicería, la rotisería, la pescadería.

En el camino, es probable que la persona con voluntad de reducir el plástico de su vida termine inclinándose por comprar en lugares que den respuesta a su necesidad, para evitar las miradas de desconcierto, quejas de otros clientes o pérdida de tiempo. “Es un tema de tiempo, de trabajo con el personal que está en el mostrador. El tiempo que lleva una venta mientras vos me das tu tupper, y las pequeñas barreras o excusas que pone el comerciante para no implementarlo. Hay que trabajar con los actores, pero hoy hay muchos consumidores que están pidiendo eso, entonces, los que vamos con tupper a hacer mandados ya no somos tan raros. Tenemos que seguir aunando esfuerzos. Si el supermercado ofrece todo con plásticos, es porque el consumidor lo demanda. Como consumidores podemos demandar otras cosas, ahí tenemos un poder y hay cada vez más tiendas para eso”, apunta Robano.

No pude comprar muchas cosas en el supermercado, pero a la hora de sobrevivir sin plástico, las alternativas empiezan a aparecer como por arte de magia. Encuentro que hay una tienda a granel a solo cuatro cuadras de mi casa de la que nunca antes había escuchado hablar. Desde el prejuicio, pensaba que en estas tiendas no se vendía mucho más que frutos secos y algunos ingredientes para cocinar. Entro a la tienda Cero, ubicada sobre Martí y la rambla (Pocitos), y me sorprendo: encontré una gran solución. Hay alimentos de todo tipo, artículos de higiene como cepillos y pastas de dientes (en pequeñas botellas de vidrio, que rondan los 200 y 300 pesos), toallitas absorbentes de tela, copas menstruales, shampoo sólido en barra, cremas corporales, maquillaje. También en grandes bidones hay productos de limpieza como detergentes, limpiadores líquidos, jabones, bactericidas. A granel, los 100 gramos de detergente neutro cuestan 46 pesos, mientras que la botella de medio litro concentrado sale 259 pesos.

Foto: Lucía Durán

Para llevar productos primero hay que pesar el recipiente, pegar encima una etiqueta con su peso, agregar la cantidad de producto, anotar el código y llevarlo a la caja. Aprovecho para preguntar por aceite de girasol, uno de los pocos productos que no encontré. No tienen. Voy a Remarket, en Punta Carretas, otra de las tiendas de venta a granel. También hay de todo: una variedad de productos similar a la de un supermercado, pero libre de envases. Al parecer, el aceite de girasol y el papel higiénico son dos de los más difíciles —o imposibles— de encontrar en venta a granel o libres de envases y botellas de plástico. 

¿El otro imposible? Medicamentos. En el sector de la salud, en general, el uso del plástico es en muchos casos inevitable. Guantes, mascarillas, instrumentos. Pienso que si fuera médica, o veterinaria, el reto de “no plásticos de un solo uso por tres días” sería directamente irrealizable. Pero no todo está perdido. Si bien la compra de medicamentos libres de plástico es inviable, sí hay opciones para la buena gestión de estos residuos. En Uruguay existe Plesem (Plan de Eliminación Segura de Medicamentos), una propuesta a través de la cual cientos de farmacias y otras instituciones de salud de todo el país instalaron buzoneras ecológicas a donde se pueden llevar los residuos de medicamentos (o remedios vencidos) para que no terminen en el vertedero. 

La feria quedó para el tercer y último día. Voy solo con dos bolsas ecológicas y algunos tuppers. Encuentro un puesto de huevos, que están colocados en las típicas hueveras que parecen de cartón pero son de celulosa moldeada. Varios se acercan con su huevera y la devuelven, otros la reutilizan en el momento, pero otros salen de otro puesto con los huevos en el molde de celulosa cubiertos en papel film, como se ofrecen en algunos supermercados. En este puesto, sin embargo, los entregan solo en las hueveras o envueltos en papel de diario; estoy en el lugar correcto. Como no sé cuándo voy a volver, le pido al feriante que me envuelva la docena en papel. 

Llega la hora de comprar frutas y verduras en cantidad, sin bolsas. Primero es el turno de las mandarinas. Ante la imposibilidad de poner los dos kilos juntos en la balanza, el feriante me ofrece pesarlas de a poco. No hay ningún gesto ni mirada de asombro de su parte. Me atiende con la rapidez y amabilidad característica de los feriantes, sin titubear, lo que me lleva a pensar que allí no soy ningún bicho raro. Debo estar muy lejos de ser la primera que pretende llevarse kilos de fruta sin bolsas. Lo mismo pasa con todas las demás frutas y verduras, que por primera vez llevo sueltas en las bolsas ecológicas. En el puesto de quesos los envuelven siempre en papel, por lo que no fue necesaria mi intervención en la mecánica diaria. 

La feria, sin embargo, no está ni cerca de ser una solución al problema del plástico. Aunque es posible comprar frutas y verduras sin bolsas, abundan los carros llenos de productos envasados en el material intocable. 

Después de la feria volví a la tienda a granel en busca de más provisiones. Deben pensar que se ganaron una clienta, y puede que tengan razón. 

LOS SIETE TIPOS DE PLÁSTICO

PET. Presente en envases de agua y refresco, en productos de limpieza o bandejas. Es el plástico más reciclable en Uruguay, por lo que deben separarse y ser llevados a un contenedor de reciclaje.

PEAD. Polietileno de alta densidad, conocido como plástico pomo. Presente en productos de limpieza (como la lavandina), shampoo, tapas de refrescos, cajones, tachos de basura, caños. Reciclable. 

PVC. Utilizado principalmente en los caños de desagüe. No se recicla en Uruguay. Riesgos: si no se separa de los demás productos reciclables, sus componentes químicos contaminan el reciclaje de otros residuos plásticos. 

PEBD. Polietileno de baja densidad. Presente en bolsas de leche, de alta reciclabilidad. Las bolsas de residuos, generalmente, están hechas a partir de este tipo de plástico. 

PP. Polipropileno. Presente en vasos de yogurt, postres, tarros de dulce de leche o mermeladas. De reciclabilidad baja.

PS. Poliestinero. Utilizado para elaborar bandejas de espuma, de uso evitable y nula capacidad de reciclaje en Uruguay. “Existe un programa que funciona a baja escala que lo comprime con calor y se exporta para reciclaje en el exterior, pero es incipiente. Hay que tratar de eliminarlo”, explica Robano. 

O. Otros. Compuesto por distintas mezclas de resinas o de la combinación de los otros tipos de plástico. Presente en jeringas. Difícil o imposible de reciclar. 

LA HUELLA QUE NO DEJÉ

A continuación, algunos de los plásticos que evité en tres días. 

• Dos cajas plásticas de huevo 

• Un tarro de dulce de leche. 

En los próximos días, el Ministerio de Ambiente aprobará el proyecto Vale, un plan de generación de valor para envases y materiales de envasado posconsumo. Según Café y Negocios de El Observador, la iniciativa pretende trabajar principalmente sobre el sistema de depósito, devolución y reembolso, razón por la que se proyecta dar entre tres y cinco pesos por envase devuelto, que se cobrará como un adicional al momento de la compra, como ya sucede con algunos envases de vidrio o plástico retornable. Se proyecta que se recibirá el incentivo por devolver envases hechos de los siguientes materiales: PET, vidrio, multilaminados de larga vida (MLV) y latas de aluminio. 

Ya lo dicen los expertos: reducir el consumo de plástico a cero de un día para el otro es una misión imposible. Sin embargo, hay varias prácticas que pueden llevarse adelante para reducir de a poco el plástico consumido.

• Comprar productos concentrados para diluir, lo que minimiza la cantidad de envase de producto. 

• Elegir bebidas en botellas retornables, que incluso son más económicas. “Sumarse a eso de consumir retornable es lo que justifica a la industria que lo tenga en circulación”, añade la ingeniera civil especializada en Medio Ambiente Mariana Robano. 

• Optar por productos hechos a partir de plástico reciclado.  

• Buscar marcas que promuevan el refill (la recarga de productos con el mismo envase) o aquellas que pasen a retirar envases vacíos para reciclar, algo que podría encontrarse principalmente en marcas locales. “Hay muchos productos de limpieza que son nacionales y hay oportunidad de que el envase pueda retornar a esa empresa y ser reciclado”, explica Robano. 

• Los tuppers de vidrio son una buena alternativa al plástico. Sin embargo, no son la panacea. Es que en Uruguay no existen opciones de reciclaje suficientes para este material. El vidrio, en su mayoría, termina en vertederos. “Hay que fomentar el uso del vidrio pero también fomentar su recuperación en Uruguay. ¿Qué recomendaría a nivel de sustitución? Material celulósico como papel o cartón, que aplica para algunas cosas, pero otras no”, apunta Robano. La especialista también reconoce los desafíos para la movilidad que presenta el vidrio, que es un material frágil y más pesado. 

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